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Tener razón es poco tener, decía un gran poeta y, sin embargo, cuánto tiempo empleamos en demostrar que tenemos razón, cuánto en dejar bien claro que mamá, o el socio, o un hijo, o nuestra pareja, no llevan razón. Cuánta mala sangre nos hacemos porque no se reconoce nuestra razón ¡cuánto gastamos para tan “poco tener”!
Esperamos que de lo dicho no se concluya que es inconveniente luchar por una idea, porque hay que distinguir entre una idea y un prejuicio, si entendemos como tal lo que surge en nosotros espontáneamente y que defendemos con mayor vehemencia y menos “razón”.
O sea, que puede usted seguir pensando que tiene razón en no venir a tomar café conmigo porque su marido se lo prohíbe. Y su marido puede seguir convencido de que no se reúne con sus amigos porque su mujer le pone “caras”. Y así llevar adelante una vida en la que hacer lo que gusta solo es posible a escondidas, y –uno a otra y otra a uno, en una asfixiante reciprocidad- no se permiten realizar lo que quieren, lo que desean.
Pero, en realidad, ahora que estamos solos y podemos pensar mejor la cuestión, si usted deja de hacer algo porque cree que él se lo va a prohibir, es que usted considera que debe pedirle permiso como hace un menor con un adulto. Puede ocurrir que usted no se anime a rechazar la invitación y haga lo necesario para que sea él quien la obligue a hacerlo. También puede ser que usted sienta que si se muestra obediente se asegura su amor, o bien que mediante un “control mágico” si usted solo hace lo que piensa que él le autoriza, él solo va a hacer lo que usted le permita.
Además, todos sabemos –usted también- que la libertad no se pide, se ejerce, porque si la pide, en el mismo acto de pedirla, está entregando a otro su libre decisión.
Es decir, no conviene pedir lo que se tiene porque esto es más del orden del amor que de la libertad.
Por otra parte, a su marido nunca se le ocurrió preguntarle: ¿Qué me quieres decir con esa “cara”? Porque quizá esa cara sea una especie de tic que a usted se le produce cada vez que a él se le ocurre decir que va a salir con sus amigos. Y no sirve para el crecimiento de nadie esclavizarse a los tics de los demás, ni a los propios.Nuestro mundo psíquico presenta una complejidad y una sutileza que van mucho más allá de lo que nuestra conciencia percibe. Así, por no implicarnos en esa sutil complejidad, muchas veces terminamos complicándonos la vida.
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