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La depresión es un término que se utiliza mucho actualmente, pero en ocasiones de forma incorrecta. Y es que la depresión es un trastorno emocional y una enfermedad grave que afecta tanto física como mentalmente.
Desafortunadamente, la depresión le puede tocar a cualquiera, independientemente de la edad. Los niños, adolescentes y adultos tienen síntomas parecidos, pero conviene diferenciar en función de cada caso.
En este artículo, ponemos el foco en la depresión en niños y adolescentes. Hablaremos de qué es exactamente esta enfermedad, así como de los síntomas en estas etapas de la vida.
Seguramente te hayan dicho alguna vez “estoy deprimido”, cuando en realidad esa persona solo estaba teniendo un mal día. De acuerdo que no hay que minimizar el sufrimiento de nadie, puesto que un mal día puede ser agotador para las personas.
Pero lo que tenemos que evitar es trivializar tanto ese concepto. La depresión es una enfermedad persistente, con síntomas muy graves y consecuencias para quien lo sufre y su entorno.
Entonces, si la depresión no es tener un mal día, ¿qué es? Esta es una enfermedad que se encuentra dentro de los trastornos del humor, los cuales hacen referencia a las perturbaciones del humor, incluyendo manía y depresión (episodios y síntomas maníacos y/o depresivos).
La depresión infantil, concretamente, recoge a niños y adolescentes, y las estadísticas indican que un 5% (1 de cada 20 niños y adolescentes) de este grupo, tendrá un episodio depresivo antes de cumplir los 19 años. Menos de la mitad que lo sufren recibirá el tratamiento adecuado.
Y esto, ¿por qué ocurre? Tal y como dicen los estudios, principalmente se debe a los padres, que subestiman la gravedad de la depresión de sus hijos. Es por eso que no podemos minimizar los síntomas que, en unas ocasiones, son específicos de esa edad y, en otras, son como los de los adultos.
Además, hay que tener en cuenta que los síntomas de depresión no tienen por qué indicar exactamente depresión. Es decir, también existe la bipolaridad, donde se aúnan episodios maníacos y depresivos. Aunque lo más habitual es la depresión mayor o la distimia, que es un estado de depresión ligera pero que perdura en el tiempo.
Algunos de los síntomas de esta enfermedad, en las etapas más tempranas, son:
Para asegurarse que un niño o adolescente tiene depresión y, posteriormente, tratarlo, hay que hacer un diagnóstico muy minucioso. Y esto tiene que hacerlo un profesional o un equipo de varios profesionales.
Pero no solo esto, sino que también los padres tienen que participar en el proceso, tanto de diagnóstico como de tratamiento.
Primeramente, hay que hacer una entrevista clínica al niño o adolescente que sospechamos que sufre depresión. Es entonces cuando se ponen en práctica diversas técnicas y herramientas, que pueden ser verbales y no verbales. Como se trata de un grupo de edad con alguna que otra limitación cognitiva y de verbalización, hay que prestar especial atención y utilizar métodos adaptados a los niños y adolescentes.
Como hemos comentado, para un diagnóstico más completo y acertado, se pide la ayuda de los padres. En ocasiones, para una mejor evaluación psicopatológica, se acude al entorno escolar.
Una vez se haya escuchado al niño, a los padres y, si es necesario, al entorno escolar, y se hayan hecho las pruebas necesarias, médicos, psicólogos y enfermeras pueden llegar a un diagnóstico correcto.
Una pregunta muy común es la siguiente: ¿se puede prevenir la depresión? Sí y no. Es decir, hay ocasiones en que los antecedentes familiares de depresión hacen que los niños y adolescentes tengan mayor riesgo de sufrir esta enfermedad.
Por otro lado, un ambiente estructurado con normas, seguro, tranquilo, que atiende a las necesidades y se comunica y verbaliza adecuadamente, es clave para prevenir en la medida de lo posible el trastorno. En este último caso no solo será menos probable que se sufra depresión sino que, además, en caso de sufrirla, se identificará más rápidamente y, por tanto, el tratamiento se podrá llevar a cabo cuanto antes.
Pero, en caso de que la prevención no haya sido suficiente, existen tratamientos. Son individualizados, adaptados a cada niño y a sus características y necesidades. Además, se incluye a los padres de los niños y adolescentes para que colaboren en la mejora del entorno de los pacientes.
Lo más habitual es llevar a cabo psicoterapia, donde se mejora el entorno del paciente a la vez que, en los casos más graves, se proporciona ayuda farmacológica con antidepresivos.
También, a nivel psicológico, se ponen en práctica técnicas cognitivo-conductuales. Gracias a estas herramientas, el niño o adolescente podrá cambiar su comportamiento ante diversas situaciones.
Sin lugar a dudas, hay que actuar al mínimo síntoma y ser consciente de la gravedad del asunto. Lo que puede parecer nimio, el día de mañana se puede convertir en una enfermedad de la que es muy difícil salir.
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