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Si nos preguntan si sabemos qué es un alcohólico, casi todos tendríamos una respuesta. Más o menos verdadera, dependiendo si lo hemos visto de cerca, o en una película. Alguna vez hemos visto por la calle hombres o mujeres, descuidados, en algunos casos sin techo, con síntomas claros de alcoholismo.
Lo hemos padecido en casa, o como relato acerca de un familiar. Un hombre que vuelve bebido, a veces violento, a veces culposo. Una mujer que esconde botellas, como si los hijos no lo vieran.
Pero sin llegar a esos extremos, algunas personas se encuentran bebiendo a disgusto. Las cervezas por la tarde, por ejemplo. Al salir del trabajo, o de las ocupaciones. No se reconocen como “enfermos” o adictos. Si hay muchos días en los que no beben. O casi nunca se trata de las llamadas bebidas fuertes… y sin embargo… No se sienten cómodas.
Cuando se nos ocurre cuestionarnos una conducta, o un hábito, cuando nos preguntamos si algo “es normal”, es que hemos detectado un problema. Y da igual si entramos en la estadística. Es que no nos gustamos en esa situación.
Una persona se decía en nuestra consulta: “Ya me he quitado el tabaco… Si me quito las cervezas ¿qué me queda?” Claro es que se respondió sola: pensar que era el tabaco y la cerveza lo que le daba alegría a su vida era el síntoma de que algo no iba bien.
A veces nos demoramos en el bar simplemente para no ir a casa. No nos espera nadie, o lo que nos espera… mejor demorarlo. Y lo que tiene el alcohol, el bar, es que es barato. Un rato de charla, si el bar es habitual, un poco de la tele, un poco de máquinas y ya nos importa menos todo. Si alguien quiere discutir, es más fácil “pasar”.
Y si tenemos que ocuparnos de la casa, o los niños, estamos como anestesiados, lo hacemos sin enterarnos tanto. Es más fácil pedir una caña que pensar qué es lo que no anda, qué podemos hacer para poner algún aliciente en la vida, o, simplemente, enfrentarnos a la evidencia de una relación que no funciona.
Por eso no se trata tanto de la estadística, de si nuestro consumo de alcohol, o de lo que sea, entra ya, objetivamente, en la categoría de adicción o enfermedad. Se trata de escuchar ese convencimiento íntimo que dice que, si necesitamos esas cañas para funcionar, entrar en casa, algo no funciona. Y es mejor no esperar más para comenzar a poner remedio.
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