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Todos hemos sentido alguna vez la punzada de los celos: una pareja que recuerda con cariño una relación anterior. O conserva fotos donde disfruta de un viaje en el que no estábamos. Ni siquiera es necesario que se trate de una pareja. Un amigo, una amiga que prefiere compartir algo con otro amigo…
A veces nos pasa con un hermano más joven, cuando vemos que nuestros padres le permiten lo que no nos permitieron, o le compran cosas que a nosotros no nos compraron. Por supuesto, siempre se trata de la interpretación; nuestros padres mejoraron su situación económica, se acostumbraron, a que un joven salga y no pase nada, por ejemplo. O nos damos cuenta de que, si mi pareja estuvo unos años con otro, es casi mejor que haya dejado alguna huella.
Pero esos sentimientos son pasajeros, por eso hablábamos de “punzada” …
Y, en general, nos recuperamos rápidamente. Y nos comprendemos, son cosas que se aceptan como normales. Pero los celos, si son un poco más fuertes, no tienen muy buena prensa. Ni siquiera para los sujetos que los padecen. Por eso aparecen, muchas veces, disfrazados.
Entre personas mayores ha sido frecuente ver parejas donde él, por ejemplo, tenía una activa vida social, o laboral. En algunos casos hasta se sabía que era un poco… “calavera”. Sin embargo, tenía un fuerte sentido de la familia, tuvo siempre la misma mujer, que le esperaba, atendía los hijos, a la que él siempre dijo amar y respetar…
Esas historias muchas veces coinciden con un abandono, por parte de ella, de la actividad que realizaba antes de casarse, sobre todo si trabajaba, sobre todo si su trabajo tenía alguna relevancia social. Entonces se ve que de lo que se trataba no era tanto de que ella fuera su mujer, sino que no fuera mujer de otro: de su familia, de su trabajo o de lo que fuera. Claro que ella estaba de acuerdo.
Y hasta se puede haber sentido orgullosa de ser “mujer de”. Pero, si la vida las hace viudas estando aun vitales, las observamos retomar rápidamente algún tipo de actividad, dicen, para no caer en la depresión, pero reconociendo, casi siempre, que dedicarse a “él”, no les había permitido hacer otra cosa.
Entre gente más joven, observamos cosas semejantes, recubiertas con un baño de modernidad. Los dos trabajan. Pero basta que anuncien algún tipo de actividad “extra” para que, olvidados ambos de ella, aparezca alguna cosa para hacer en común: ¿qué tenías hora para la peluquería? Pues justo ese día es necesario ir a comprar… ¿Habías quedado con los de la oficina para tomar algo? Pues da la casualidad que estaba cerca, o terminé pronto y he pasado a recogerte.
Si se trata de una joven que está pensando en comprar su primer coche… ¡para qué vas a meterte en créditos si yo te puedo llevar a todos lados! Tenemos que recordar que para que estas estructuras funcionen es necesario que los dos estén de acuerdo. Lo que pasa que a veces, ella o él, se levantan un día con la sensación de estar casi… demasiado cuidados. Con el otro, tan cerca, tan cerca, que no deja respirar. Y es difícil desentrañar qué ocurre. ¡Y no vas a pensar que es un celos@ quien tantas cosas hace por ti!
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