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Habrás leído y oído hablar muchas veces sobre ¿qué es la felicidad?, ¿cómo podemos ser felices? o ¿cuáles son las metas en la vida para conseguirlo?, pero, ¿y si todo ese continuo esfuerzo por alcanzar la felicidad lo que hace es que nunca estemos satisfechos y creamos que nunca lograremos la “felicidad total”?
Vivimos rodeados de anuncios, mensajes, comentarios, libros, incluso tazas de desayuno, que nos dicen que tenemos que ser siempre felices y poner una sonrisa, ante todo, pero, ¿qué pasa con los demás sentimientos? ¿acaso no tienen cabida? ¿debemos negarlos? Y si los aceptamos, ¿significa que no somos personas felices?
Existe una metáfora que explica claramente esta idea, se trata de la FELICIDAD en mayúsculas y la felicidad en minúsculas:
La FELICIDAD en mayúsculas trata de buscar el estado de felicidad continuo y no permite ningún fallo, problema o dificultad. Debemos conseguir que todo esté bien continuamente, y si hay algún problema solucionarlo de inmediato, no se permiten palabras ni sentimientos de desánimo y si es así son juzgados. El fallo como habrás podido imaginar, es que esta situación es inalcanzable e irreal y si vivimos en esta actitud sufriremos continuamente, tratando de no sufrir nunca, aunque resulte paradójico.
La felicidad en minúsculas en cambio trata de buscar pequeños momentos de felicidad, y hacerse más consciente de todo aquello positivo en nuestra vida, que nos ayuda a pasar las dificultades y a hacer balances positivos al comparar nuestras situaciones y experiencias. Esta forma es mucho más realista y fácil de alcanzar, nos permite valorar mejor nuestra situación y entender que la felicidad no significa que todo esté bien todo el tiempo.
Nuestro entorno social y cultural nos lleva vendiendo desde que nacimos el estado del bienestar, en el que solo se valora lo positivo y hay que esforzarse continuamente por estar bien, ocultando los problemas, no enseñando a afrontar las dificultades, no nombrando situaciones incómodas como enfermedades, sufrimiento o la muerte y en definitiva mostrando sólo el lado bueno de las cosas.
El problema con esta actitud es que la vida real no funciona así y donde hay alegrías también hay penas, donde hay vida también hay muerte y donde logros también hay dificultades.
Pero esto no tiene porqué ser algo negativo, pues sabemos que si no hubiera oscuridad no existiría la luz y si nosotros fuéramos felices todo el tiempo, en realidad nunca lo seríamos, porque sería un estado neutro que no podríamos comparar con nada.
En mi trabajo como psicóloga y en mi propia vida, he encontrado muchos ejemplos de personas que no se permiten encontrarse mal, que viven el sufrimiento como una debilidad y que tratan de evitarlo o acabar con las emociones consideradas negativas y solucionar las dificultades con gran urgencia.
El problema es que las personas no somos máquinas, y cuando algo nos hace daño duele, y además si la herida es grande, tarda en curar. A partir de ese dolor que nos produce una dificultad, podremos hacer un aprendizaje sobre cómo evitar hechos similares en el futuro, siempre, dentro de las posibilidades que se nos presenten.
Las emociones consideradas negativas existen por varios motivos: aprender a valorar los momentos positivos, aprender a adaptarnos, evitando situaciones similares en el futuro, incorporando nuevas habilidades y herramientas a nuestras capacidades resolutivas, así como el dolor tiene la función de alertar de un peligro.
Por lo tanto, hay que entender la felicidad como la capacidad de disfrute de pequeños momentos que aportan un balance positivo a nuestras vidas, pero entendiendo que habrá otros momentos difíciles y épocas de nuestras vidas en que el balance general sea negativo, en éstos momento hay que cuidarse para dar tiempo al dolor a sanar, con paciencia, reconociendo todas nuestras emociones y buscando ayuda si sentimos que solos no podemos salir.
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