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¿Quién es al que amo y al que considero irremplazable?
Imagina a una persona que nos seduce, es decir, despierta y capta nuestro deseo. Progresivamente nos aferramos a ella hasta incorporarla y hacerla una parte de nosotros mismos.
Esta persona deja de ser una instancia exterior para existir en nuestro interior. Como un objeto (amado) que reubica nuestro deseo. El ser que amamos, más tarde o temprano será inevitablemente la persona que no nos satisfará, debido a nuestra propia insatisfacción interna. Insatisfacción interna nuestra que depositamos en el exterior que representa nuestra persona amada. Entonces, la insatisfacción del deseo se convierte en la realidad cotidiana de la pareja, el otro, centro de nuestras quejas, reproches y recriminaciones.
El elegido existe por partida doble: Fuera de nosotros, y en nosotros. Especie de presencia fantasmal, (el fantasma es aquello nuestro puesto en el amado). La parte de nuestros sentimientos hacia esa persona está regida por el fantasma y deformada por él.
El fantasma es lo que nos une inconsciente a la persona amada. Contiene la fuerza del deseo e impide la satisfacción absoluta. Es protector ya que impide una turbulencia excesiva del deseo y del caos interno.
Cuando amamos, amamos siempre a un ser híbrido que no conocemos en realidad, y que idealizamos, considerado como único porque ningún otro podría amoldarse tan rápidamente al ritmo de mi deseo, así mi deseo armoniza con su propia carencia. Hay armonía en la excitación y desarmonía en la insatisfacción.
Ahora bien, cuando ya no está, cuando el resplandor de su ser viviente no está, y cuando mi deseo se ve privado de las excitaciones que él sabía despertar en mí, pierdo infinidad de riquezas y la armazón de mi deseo.
Por lo tanto, su presencia en mi interior inconsciente regula el ritmo de mi deseo. Capto las imágenes de mí mismo reflejadas en mi elegido o amado. ¿Qué imágenes de mí mismo? A veces percibimos una imagen exaltante que refleja nuestro amor narcisista, otras una imagen decepcionante que alimenta el odio hacia nosotros mismos, y a menudo una imagen de sometimiento y dependencia del amado que provocan nuestra angustia.
Amar es también idealizar al elegido, nuestro vínculo conserva ideales exagerados, incluso infantiles, reajustados por las necesidades físicas a la demanda y al deseo del otro:
Ideales todos infantiles que recuerdan la relación del niño pequeño con sus padres, esto caracteriza la neurosis del amante, acentúa la distancia entre la satisfacción soñada del deseo y su insatisfacción. El amado es una construcción psíquica invisible en el espacio de dos cuerpos vivos, y cuando falta, enloquecemos. Cuando perdemos a la persona amada, el fantasma se desvanece y se desmorona como un edificio al que se retiran los pilares, es entonces, cuando aparece el dolor.
Así ¿Qué perdemos? En suma, a QUIEN AMAMOS, perdemos la fuerza nutricia, el objeto de nuestras proyecciones y el ritmo de nuestro deseo común, indispensable para nuestra estructura. No es la ausencia del otro lo que duele, sino los efectos en mí de dicha ausencia. Sufro porque la fuerza de mi deseo está privada del excitante que significaba la sensibilidad de su cuerpo vivo.
El espejo psíquico que reflejaban mis imágenes se ha desmoronado, la lesión que provoca el dolor psíquico, no es la desaparición física del ser amado, sino la perturbación interna engendrada por la desarticulación del fantasma amado.
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