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En los primeros años de vida el ser humano desarrolla buena parte de sus habilidades. Todas ellas, por supuesto, siguen cambiando con el paso de los años gracias al aprendizaje, que nunca cesa, y a la experiencia que se va acumulando.
Es durante la infancia cuando se sienta la base de determinadas aptitudes y destrezas. Algunos niños las desarrollan antes o más que otros, ya que algunos procesos requieren más tiempo en algunas personas, y una de las habilidades más importantes a desarrollar, y necesarias desde muy pequeños, es la psicomotricidad.
Podemos definirla como el conjunto de técnicas que ayudan al individuo a conocer, desarrollar y dominar los movimientos de una forma integral. En el caso de los más pequeños de la casa, los menores de 7 años, hablamos de psicomotricidad infantil.
Todos nacemos sin saber y solo cuando nos explican y experimentamos aprendemos las cosas. En el caso de nuestros movimientos, que van surgiendo con el paso de nuestros primeros meses y años de vida, vamos controlando los según las vivencias. Conocer nuestro cuerpo, primero, y después lo que está a nuestro alcance nos permite desarrollarnos dentro del entorno.
La coordinación, el equilibrio, la fuerza, la resistencia o la velocidad son algunas de las destrezas motrices necesarias para el desarrollo psicológico y físico.
Lo lógico es comenzar en espacios reducidos, como una cuna o un corralito de juegos. Después una habitación, más tarde la casa y después espacios abiertos. Así se toman referencias espaciales y el niño puede desarrollar sus habilidades psicomotrices según el escenario en el que se encuentre.
De esa forma, mostrando y perfeccionando sus aptitudes conseguirá mejorar y avanzar.
Hay muchas formas de estimular la psicomotricidad infantil; de hecho, existen muchas metodologías de enseñanza que se enfocan en unas u otras – o todas a la vez –. Algunas tendencias exponen que centrarse en desenvolver aquella por la que destaque el niño es lo adecuado mientras que otras aseguran que no es prudente esa focalización desde edades tan tempranas.
Lo que sí es seguro es que se puede trabajar en dos niveles: la psicomotricidad fina y la psicomotricidad gruesa.
La primera tiene que ver con acciones muy simples en la que solo intervienen un grupo de músculos: hablar, pintar, agarrar y mover objetos, sonreír, etc…
Entonces, entregarle al niño unas pinturas para que haga garabatos o pinte por dentro de una figura sería un ejemplo de tarea para desarrollar la psicomotricidad fina
La segunda es más compleja ya que requiere de más grupos de músculos o incluso todo el cuerpo para su puesta en práctica: saltar, correr, jugar con un triciclo, etc…
Una tarea muy práctica sería pedirle al niño que golpee una pelota para dársela a otro.
Los especialistas recomiendan que las actividades propuestas sean siempre divertidas y entretenidas de tal forma que el niño no se aburra realizando unas tareas que le van a permitir desenvolverse a nivel físico y psicológico.
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