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Cuando hablamos de desarrollo infantil, solemos pensar en aspectos como el lenguaje, la motricidad o la socialización. Pero hay un proceso menos visible, aunque igual de importante: la integración sensorial. Esta función es la base que permite que los niños comprendan y respondan adecuadamente al mundo que les rodea.
La integración sensorial es la capacidad que tiene el sistema nervioso para recibir, procesar y organizar la información que llega a través de los sentidos.
No solo hablamos de vista, oído, olfato, gusto y tacto, sino también de dos sentidos menos conocidos pero fundamentales: el sistema vestibular, que ayuda a mantener el equilibrio, y el sistema propioceptivo, que informa al cerebro sobre la posición del cuerpo.
Cuando toda esta información sensorial se integra de manera adecuada, el niño puede moverse, concentrarse, aprender y relacionarse con su entorno de forma efectiva.
Durante los primeros años de vida, el cerebro está en constante desarrollo. Los niños exploran el mundo a través de sus sentidos: tocan, huelen, prueban, se mueven, escuchan y observan.
Cada experiencia sensorial es como una pieza de un puzzle que el cerebro va organizando para dar sentido a lo que ocurre a su alrededor.
Una buena integración sensorial es clave para:
Cuando el cerebro no procesa bien la información sensorial, pueden aparecer respuestas exageradas o insuficientes ante ciertos estímulos.
Por ejemplo, algunos niños pueden sentirse abrumados por ruidos fuertes o por ciertas texturas, mientras que otros parecen no reaccionar a estímulos que normalmente incomodarían a cualquiera.
Estas dificultades pueden manifestarse de muchas formas:
Esto no significa que el niño tenga un problema grave, pero sí puede necesitar apoyo para organizar mejor esa información sensorial.

La atención, la memoria y la capacidad de seguir instrucciones están directamente relacionadas con la forma en que el cerebro procesa los estímulos sensoriales.
Un niño que está incómodo con su entorno difícilmente podrá concentrarse en aprender. Por eso, muchas estrategias de intervención en el ámbito educativo y terapéutico se basan en mejorar la integración sensorial.
No siempre es necesario un tratamiento especializado para fomentar una buena integración sensorial. Muchas actividades cotidianas ayudan a fortalecer esta habilidad:
La clave está en ofrecer experiencias variadas, divertidas y adaptadas a la edad del niño.
Si las dificultades sensoriales interfieren de forma significativa en el día a día —por ejemplo, al vestirse, comer, jugar o relacionarse— puede ser útil consultar con un terapeuta ocupacional especializado en integración sensorial.
Estos profesionales realizan valoraciones individualizadas y diseñan programas específicos para ayudar al niño a procesar mejor la información sensorial y responder de forma más equilibrada.
Cada niño tiene su propio ritmo de desarrollo sensorial. Algunos buscan más estímulos, otros prefieren ambientes tranquilos. No se trata de forzar, sino de acompañar y ofrecer herramientas para que puedan adaptarse mejor a su entorno.
Fomentar la integración sensorial no solo mejora el aprendizaje, también refuerza la autoestima, la confianza y el bienestar general de los pequeños.
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