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La ansiedad se presenta como una situación incómoda en el individuo, tradicionalmente de manera ocasional y sin dejar más secuelas que el recuerdo de haber pasado un mal trago. Estos episodios no son una causa de preocupación puesto que forman parte de nuestra vida. Sin embargo, cuando se suceden de manera recurrente pueden generar problemas importantes.
Los jóvenes, especialmente cuando afrontan cambios importantes en su organismo y/o entorno, son sujetos perceptibles de sufrir trastornos de ansiedad que desembocan en los llamados ataques de pánico. Esos cambios o situaciones producen una sensación incontrolable de miedo, incluso terror, que bloquea a la persona llegando, incluso, a impedirle mantener una jornada normal.
En estos últimos casos, lo mejor es consultar con un especialista para abordar el problema.
Los motivos por los que una persona puede padecer ansiedad son diversos. Algunos están asociados a dolencias o problemas de salud como: diabetes, enfermedad coronaria, hipertiroidismo, trastornos respiratorios o dolores crónicos. Otros especialistas apuntan a un trauma como la razón de la aparición de estas sensaciones tan desagradables.
De esa forma, se puede clasificar o diferenciar entre las causas médicas y las causas psicológicas. Estas últimas, a través del análisis, pueden escudriñarse para comprender su origen, aunque en ocasiones puntuales se deben a causas inherentes, heredadas o causadas por el desarrollo de un miedo irracional.
Por otro lado, la medicación podría traer consigo efectos secundarios en forma de ataques de ansiedad.
Resulta sencillo diagnosticar las manifestaciones que producen ansiedad. La sudoración, el aumento del ritmo cardíaco, el nerviosismo o el miedo son, quizás, las más habituales, pero no las únicas. Trastornos digestivos, insomnio, trabas a la hora de concentrarse, cansancio o la evasión de situaciones, personas o lugares son indicativos de un problema de ansiedad.
Gracias al estudio se ha podido catalogar los diferentes trastornos de ansiedad que desarrollan los jóvenes, normalmente en edad adolescente y que después arrastran hasta la edad adulta. Los cinco más comunes son: mutismo selectivo, fobia social, agorafobia, trastorno de pánico y las fobias específicas.
El mutismo selectivo se identifica cuando un niño, normalmente pequeño, no es capaz de hablar en determinadas situaciones cotidianas y sin embargo sí lo hace en un ambiente conocido y seguro. Un ejemplo es a la hora de entablar un diálogo en el colegio o con personas adultas que no son conocidas. Generalmente se trata como una cuestión de timidez, pero en caso de persistir en el tiempo puede suponer un problema para desenvolverse en determinadas situaciones.
La fobia social se manifiesta cuando el joven no logra adaptarse a circunstancias sociales, como puede ser una conversación o una actividad, por inseguridad y vergüenza a lo que puedan pensar de él. Ese miedo a no encajar o ser visto por otra/s persona/s de forma negativa se traduce en incapacidad y preocupación.
La agorafobia es uno de los trastornos más complicados y supone el miedo de la persona a los espacios públicos o abiertos; es decir, aquellos que no están delimitados. Aparece el pánico al no poder controlar la forma de huir y los síntomas pueden ser bastante graves: desde perder el conocimiento hasta sufrir un infarto.
Quienes padecen este trastorno evitan a toda costa estas situaciones por sentirse desprotegidos o hasta avergonzados.
El trastorno del pánico provoca una sensación de terror en el individuo si bien esto se produce sin que se presente un peligro aparente. Esta causa irracional va en aumento con el paso de los minutos hasta tal punto de traducirse en una pérdida de control. Estos ataques de pánico suelen llegar con efectos en la respiración e incluso la aceleración del ritmo cardíaco.
Por último, las fobias específicas aparecen cuando una persona se somete a un objeto o situación concreta, que trata de evitar por todos los medios. Esto desemboca en que esa persona sufre un ataque de pánico.
Siempre que sea posible es aconsejable visitar a un especialista, que se encargará de analizar la razón o razones de los trastornos. Podría determinar que la persona necesita alguna prueba médica a fin de descartar que el origen del problema es una causa médica y de esa manera afrontar el análisis desde otra perspectiva.
El tratamiento farmacológico suele ayudar al paciente a aliviar los síntomas para que, poco a poco, vaya aprendiendo a convivir con ellos. Al mismo tiempo, el trabajo del experto incluirá actividades en las que guiar y enseñar a la persona a enfrentarse a sus miedos a fin de superarlos y dejarlos atrás.
No es sencillo determinar durante cuánto tiempo se prolongará este tratamiento ya que depende de cada paciente y sus circunstancias.
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