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Como si de la subida del telón de una gran obra de teatro se tratara, el mundo, la vida exterior y sus infinitas posibilidades, se presentan ante nosotros de forma súbita en la adolescencia.
En este periodo tan especial que comienza entre los 12 o 13 años y que nos acompaña hasta los 19 o 20, nuestro cuerpo cambia radicalmente, cambia de forma, cambia de fisiología, cambia hasta de sensaciones y a ello se suma un notable cambio psicológico y social.
Son muy evidentes los cambios físicos en la pubertad con un crecimiento considerable en muy poco tiempo, junto con el desarrollo de los caracteres sexuales secundarios.
Los cambios psicológicos, fruto de unas nuevas estructuras de pensamiento (principalmente capacidad de pensamiento abstracto) y de nuevas necesidades personales y emocionales no experimentadas hasta entonces, son más sutiles y se expresan con mayor lentitud.
Además de elaborar un nuevo esquema de nuestro cuerpo, en la adolescencia conformamos nuestra identidad personal.
Nos diferenciamos como personas, como individuos.
Esta individuación se produce, necesariamente, por diferenciación de los adultos, que hasta la adolescencia son nuestra referencia en el mundo (familia, escuela, sociedad).
Esto se manifiesta en un peculiar lenguaje, una especial forma de vestir y en pensamientos e ideologías contrarias a las de los adultos, y en ocasiones dan lugar más allá de la simple diferenciación, a confrontación y rebeldía.
El adolescente se encuentra atrapado entre sentimientos contradictorios; por un lado tiene la urgente necesidad de ser autónomo y sentirse protagonista de sus actos y a la vez necesita sentirse arropado en el entorno seguro creado por sus padres y resto de adultos.
La rebeldía es la expresión de esta encrucijada, el choque de trenes entre la necesidad de libertad y de protección.
El adolescente se rebela porque necesita expresar que tiene su propia personalidad que le hace reconocerse como individuo capaces de tomar sus propias decisiones según sus opiniones y experiencias, y no en función de las de los adultos.
En la adolescencia se provocan situaciones extremas buscando con ello experimentar los límites de la actuación, límites que se necesita conocer para recuperar la seguridad perdida.
Una parte del Yo necesita y reclama libertad de actuación para conformarse como persona independiente y otra parte de ese mismo Yo está asustada y teme esa libertad que significa una responsabilidad y el descubrimiento de lo desconocido.
Estas características de la adolescencia conllevan un cambio en las conductas y comportamientos y suelen causar extrañeza e incomprensión en el ámbito familiar.
Los padres de hijos adolescentes actúan habitualmente como si pretendieran que sus hijos se “saltarán” este necesario, vital e interesante periodo de la vida.
Se diría que hay padres que pretenden que sus hijos pasen de niños a adultos en una noche, mientras duermen.
Las conductas típicas en la adolescencia están sustentadas en una necesidad de autonomía y búsqueda de su propia identidad, se consideran ya adultos, independientemente de la edad legal de 18 años, y se sienten legitimados para decidir por ellos mismos.
Encuentran esta autonomía a base de confrontarse con el mundo adulto, especialmente con su entorno próximo: sus padres.
Para lograrlo, el adolescente, se obliga a sí mismo a ser diferente, a tener opiniones contrarias a los adultos y a todo aquello que identifica como centros de poder que son los que limitan su libertad.
Cualquier parecido con las ideas o creencias de los adultos aparece como una claudicación y una derrota. Esta actitud radical se va suavizando a medida que el adolescente crece y gana confianza en sí mismo.
Necesitan demostrar que ya no son los de antes, que ya no piensan, actúan o sienten del mismo modo que antes porque ahora tienen sus propias ideas.
Por eso, a veces, adoptan tonos desafiantes y de crítica exagerada. El fin último de ello es el desarrollo de su propia identidad.
Otra norma típica en la conducta adolescente es el egocentrismo y la fabulación. En este periodo no se diferencia bien las preocupaciones de uno mismo y el pensamiento y preocupaciones de los demás.
El adolescente que está preocupado extremadamente por su aspecto físico cree que los demás estarán muy pendientes de él y de su aspecto.
Debido a esta percepción de ser el centro de atención de los que le rodean, el adolescente se siente como un ser especial y único y ello le lleva a fantasear sobre sí mismo y a imaginarse protagonistas de situaciones inverosímiles. Estas fantasías les ayudan a sentirse bien consigo mismo, son como un mecanismo de defensa ante todo aquello que escapa a su control en la vida real.
El grupo de amigos es su nuevo referente, es el único grupo contra el que no necesita rebelarse, sino todo lo contrario, están en el mismo equipo, todos ellos se oponen a los adultos, todos se sienten iguales y actúan con complicidad.
Los amigos ocupan el vacio emocional que dejan los padres a consecuencia de la actitud de oposición del adolescente.
Las relaciones de amistad permiten el aprendizaje de las habilidades sociales, la comprensión del punto de vista del otro, el apoyo ante las dificultades y la ayuda ante los problemas.
Las conductas en esta etapa evolutiva están, en ocasiones, orientadas a la búsqueda de riesgos y de límites. Necesitan saber por su propia experiencia qué puede hacerse y qué no.
En la primera adolescencia, entre los 12 y los 15 años algunos adolescentes creen que son invulnerables y que no sufrirán las consecuencias de los riesgos a los que se exponen.
Una curiosa cualidad de este periodo es la facilidad que tenemos para olvidarla, no en lo referido a los episodios y experiencias vividas, sino en cuanto a los súbitos cambios que todos percibimos, sentimos y sufrimos en este periodo.
Este olvido se pone de manifiesto de manera sistemática cuando tenemos hijos en edad adolescente. Deberíamos hacer un esfuerzo por entenderles, no como padres o adultos, sino como adolescentes que son.
Es importante que los padres, recordemos estas características de nuestros hijos adolescentes y adecuemos nuestro estilo educativo a las mismas.
Es ley de vida.
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