Contacta con
Baño Mobel
Buscar
El pasado 10 de Septiembre se celebró el Día Mundial para la Prevención del Suicidio, fecha promovida y patrocinada por la Asociación Internacional de Prevención del Suicidio (IASP) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) para favorecer la sensibilización y el compromiso con la prevención de una problemática tras la cual subyace un dolor psicológico extremo muy difícil de imaginar.
El pasado año, en su informe para la actuación en materia de salud en la adolescencia, la Organización Mundial de la Salud (OMS) reflejó que cada año fallecen más de 1 millón de adolescentes entre 10 y 19 años por muertes evitables (principalmente: accidentes de tráfico, infecciones respiratorias y suicidio) A pesar de que el número de estas muertes evitables desciende, la tasa de suicidio sigue incrementándose considerablemente cada año considerándose la primera causa de muerte entre los jóvenes de Europa.
La Asociación Americana de Psiquiatría (APA) también ha alertado de la necesidad de que el suicidio forme parte de las prioridades en materia de salud pública aumentando los recursos destinados a la prevención y el tratamiento de pacientes en riesgo.
El suicidio es uno de los problemas de Salud Pública más complejos a los que tiene que hacer frente la sociedad. En él intervienen factores biológicos, psicológicos, sociales, culturales y ambientales. Aunque la depresión y el consumo de alcohol son los principales factores de riesgo en el continente europeo, no son los únicos. Además, tenemos que considerar el suicidio dentro de un continuo cognitivo, emocional y conductual de diferente naturaleza y gravedad:
– Ideación. Supone la elaboración cognitiva o conjunto de pensamientos acerca del suicidio o la muerte como opción para resolver una situación emocional complicada para el individuo. Incluye la idea de muerte como descanso, los deseos de muerte o la ideación más elaborada y estructurada de cómo tomar el suicidio como salida.
– Tentativa. Incluye todas aquellas conductas cuya finalidad es la muerte autoinfligida. Podemos recoger desde amenazas verbales, conductas facilitadoras de la consumación del suicidio (acopio de fármacos, obtención de armas, organización de la logística para su consumación…) y autolesiones de mayor o menor gravedad. Muchas de estas tentativas responden a suicidios consumados frustrados y terminan con la necesidad de ingresos hospitalarios para la estabilización del individuo.
– Suicidio consumado. Hablamos de suicidio consumado cuando la persona logra cometer el acto de suicidio y acaba con su vida de forma voluntaria y libre.
Recalco la voluntariedad y libertad para la consumación del suicidio ya que no es extraño que, en las consultas de Psicología, se atienda a familias y personas del entorno del suicida que cargan con altas dosis de dolor, ira, culpa o incredulidad tras un hecho tan traumático y de un impacto tan devastador.
La OMS ha hecho saber que el suicidio se cobra anualmente más 800.000 vidas (al margen de las tentativas, 20 veces más frecuentes que los suicidios consumados) lo que lo sitúa como principal causa de muerte a nivel mundial. Este dato supone que cada 40 segundos se consuma un suicidio en alguna parte del mundo.
Es posible que, en el lapso de tiempo que tomas para leer este post, hayan perdido la vida más de 5 personas en todo el mundo a causa del suicidio y otras 100 lo hayan intentado.
¿No te parece suficientemente alarmante?
El Instituto Nacional de Estadística (INE) ofreció por primera vez, en 2016, tablas en las que se reflejaban las causas externas de las muertes recogidas en sus resultados. Se refleja así que, en España, el suicidio es la principal causa externa de muerte. Resulta llamativo que, siendo la prevalencia del suicidio superior a la de los accidentes de tráfico, en los telediarios se hable cada fin de semana del número de muertos en carretera y el suicidio se aborde como temática secundaria a otros sucesos (violencia de género, homicidios, etc.) El Observatorio del Suicidio en España ha ofrecido un informe en el que señala que el suicidio se cobra el doble de vidas que los accidentes de tráfico y genera 80 veces más muertes que por violencia de género (dos de las causas de muerte externa sobre las que se está prestando más atención en los últimos años)
A pesar de todos estos datos, cada año se hace más evidente la subnotificación de la incidencia del suicidio en el mundo. La OMS ha hecho una llamada de atención acerca de que sólo 60 estados miembros disponen de un registro para establecer las tasas de suicidio. Este hecho dificulta la posibilidad de realizar una estimación correcta de la incidencia de esta problemática. La estigmatización, la ilegalidad del acto en muchos países o los procedimientos de certificación de defunción, pueden estar favoreciendo estas dificultades a la hora de recoger los datos de forma pormenorizada.
En España se ha establecido una “ley de silencio” para evitar el conocido “efecto llamada” Este hecho, favorece que el suicidio siga siendo un tema cada vez más sensible y estigmatizado que se lleve en secreto. Esta estigmatización es una de las principales dificultades que se encuentra en la prevención del suicidio. De hecho, actualmente, no existe un plan nacional de prevención del suicidio como tal a pesar del llamamiento de la OMS. Sí que existen iniciativas autonómicas puestas en marcha con este fin que se centran en la sensibilización y formación para que se puedan desarrollar estrategias de detección precoz y diagnóstico de pacientes en riesgo. Sin una comprensión plena de los procesos psicológicos que subyacen al pensamiento suicida, la prevención e intervención se hace aún más difícil.
No me gustaría que pareciese que no hay nada que podamos hacer cada uno de nosotros para ayudar a prevenir estas situaciones tan extremas. Al margen de lo que las Instituciones deben hacer, como individuos, podemos tener un papel fundamental. El estigma y desconocimiento que rodea al suicidio hace que tanto la víctima como su entorno se pueda sentir desatendida por quienes, desde la mejor de sus intenciones, no saben cómo ayudar y optan por alejarse para no perjudicar más. A pesar de que no sepas de técnicas ni protocolos, dispones de la estrategia de sanación más humana que existe: la capacidad de escuchar activa y empáticamente. Es posible que no tengas que decir nada, pero que el mero gesto de mostrar tu calor, interés, preocupación y apoyo a quien es vulnerable o está intentando realizar el duelo de un ser querido que se suicidó, marque una gran diferencia en la vida de esas personas.
Frente a esta realidad expuesta, es inevitable cuestionarse si se puede intervenir de forma precoz para evitar que estas tasas tan alarmantes sigan aumentando cada año. La depresión y el consumo de alcohol son común denominador en el 90% de los suicidios consumados. Sin embargo, es difícil discriminar qué persona con depresión o abuso de sustancias puede encontrarse en riesgo de cometer un acto suicida. Es fundamental que, tanto si te sientes identificado como si crees que alguien cercano podría identificarse con los siguientes factores, contactes con un profesional de la salud mental que pueda ayudarte:
– Trastornos mentales, siendo los más habituales: Depresión, abuso de sustancias u otras adicciones, trastorno límite de personalidad (TLP), trastornos psicóticos, trastorno de estrés post-traumático (TEPT), trastornos del control de los impulsos o trastornos de la conducta alimentaria (TCA)
– Ideación suicida e historial de intentos de suicidio previos (propios o en la familia/entorno cercano).
– Autolesiones.
– Presencia de problemas físicos y enfermedades físicas crónicas.
– Problemas socio-económicos o situaciones vitales estresantes.
– Maltrato físico, sexual o psicológico (acoso laboral, bullying, abuso sexual, violencia de género…)
– Problemas de disciplina
– Violencia familiar
– Confusión en la orientación sexual
– Abusos físicos o sexuales
– Ser víctima de acoso
– Abuso de sustancias
– La muerte como tema de conversación recurrente.
– Vivencia de una pérdida importante recientemente (muertes, rupturas sentimentales, cese de amistades…)
– Cambios en su forma de ser y/o estado de ánimo habitual.
– Dificultades para concentrarse en sus rutinas y obligaciones.
– Cambios importantes en su patrón de sueño o hábitos alimentarios (por exceso o por defecto)
– Miedo intenso a la pérdida de control sobre su comportamiento y las consecuencias de este.
– Baja autoestima y verbalizaciones del tipo “todo el mundo estaría mejor sin mí”
– Falta de esperanza en el futuro.
No se trata de ser alarmistas y, a la primera mañana que me levanto más perezoso, temer que podamos estar desatendiendo una señal de alarma, sino de incluir la observación en el autocuidado y cuidado de quienes nos importan y no dejar que las dudas se alarguen en el tiempo. Desde mi humilde opinión, más vale recibir un “tranquilo, no hay por qué preocuparse” que un “lo sentimos, se ha hecho todo lo posible pero…” ¿No crees?
Mi recomendación es que utilices el recurso que te resulte menos doloroso para pedir ayuda. Puedes rellenar el formulario de contacto que encontrarás en mi página web, contactar con otro profesional de la Salud Mental, llamar al 112 o, incluso, contactar con el Teléfono de la Esperanza, que ha activado un teléfono móvil con el objetivo de que la gente rompa su silencio y pida ayuda: 717.033.717.
Contacta con
Baño Mobel
Contacta con Baño Mobel, indicándole tu motivo de tu contacto.
En la máxima brevedad te contactará a través de tu dirección de email o tu teléfono.
Contacta con
Baño Mobel
Para una atención cómoda y personalizada, hazle saber a Baño Mobel que le contactas a través de Clic&Post.
Contacta con
Baño Mobel
Para una atención cómoda y personalizada, hazle saber a Baño Mobel que le contactas a través de Clic&Post.