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Que vivimos en la sociedad de la abundancia es algo que nadie discute y que forma parte del imaginario colectivo de nuestra sociedad.
El término abundancia está referido a bienes y servicios materiales, y de su mano y de los extraordinarios progresos tecnológicos de los últimos 60 años, también a la cantidad de información, en este caso más propio es hablar de híper abundancia.
Estamos expuestos a una cantidad de información imposible de digerir y mucho menos de interpretar.
El problema en sí, no es tanto la cantidad de información ni su almacenamiento, sino la limitación temporal que la física nos impone para obtener significados de dicha información.
De momento desconocemos el límite exacto de información que puede albergar nuestro cerebro y aunque intuimos que no es ilimitada sabemos que nuestra memoria puede contener grandes cantidades de información y además conocemos técnicas y ejercicios para incrementarla.
El problema es atencional, cuando nos ocupamos de cualquier asunto ponemos el foco en el mismo, nos concentramos en ello y atendemos a dicha cuestión y ello nos obliga a ir creando prioridades y jerarquías.
Nuestro organismo, a través del cerebro, es como una gran máquina planificadora que va “despachando” asuntos de forma secuencial, ya sea la confección de un escrito a un proveedor en el trabajo, una reflexión sobre las bondades de un futuro viaje, un recuerdo sobre algún suceso reciente o lejano, una conversación con otra persona, un cambio de rol al meternos en el personaje de una película en el cine, una reflexión sobre la fe cristiana y así podría citar hasta el infinito situaciones en las que nuestro cerebro decide que parte de nuestra memoria utilizar.
Lo decide de forma voluntaria o de manera automática en aquellas tareas que tenemos aprendidas y que ejecutamos sin darnos cuenta lo cual ya es en sí mismo otra decisión de nuestro organismo y que tiene la cualidad de dotar a nuestro sistema atencional de mayor capacidad al poder realizar simultáneamente varias tareas.
Esta actividad cerebral se realiza en interacción con el ambiente que nos rodea que entra en contacto con nosotros a través de los sentidos, encargados de trasladar la información exterior a nuestro cerebro donde se produce la mágica alquimia del ser humano: información del exterior se combina con la información de nuestro propio cuerpo (emocional y fisiológica) y con la información residente (memorias) para obtener nuestras cogniciones, pensamientos, expectativas, sentimientos, conductas.
Así, lo que hace nuestro cerebro es transmitir y manejar información y lo que nos hace especiales a los humanos es la capacidad de transmitir y manejar información de la realidad y de cosas que no existen, es decir nuestra capacidad de abstracción e imaginación.
Todo este sistema está sometido, como es natural, a las leyes de la naturaleza y la evolución que conllevan una serie de cambios y adaptaciones a lo largo del tiempo.
Cambios que cuando proceden de nuestro interior, suelen ser muy lentos (mutaciones de nuestro ADN) y normalmente consecuencia de factores externos.
Estos factores externos suelen referirse a las condiciones de la propia naturaleza, aspectos medioambientales, nuevos descubrimientos, nuevas formas de relacionarnos, nuevos modos y formas de vivir en sociedad y en definitiva distintas formas de relacionarnos con el mundo exterior de cada uno.
Así, por ejemplo, pasamos de ser nómadas a ser agricultores y ganaderos, para más tarde organizarnos en grandes núcleos urbanos tras la llamada revolución industrial.
Ahora nos enfrentamos a un nuevo condicionante, que no tiene que ver ni con el medio ambiente ni con nuevos descubrimientos ni con nuevas formas de relacionarnos y es la cantidad de información disponible.
Es verdad que disponemos de ella por la vía de la tecnología (descubrimientos) y que hacemos uso de ella en la forma de relacionarnos pero sea como fuere la cuestión es que la información a nuestro alcance toma forma de entidad propia.
No tanto en lo referido al saber y al conocimiento que desde siempre y dada nuestra capacidad imaginativa es y será ilimitada, sino porque en la actualidad esta información está a nuestro alcance de forma relativamente sencilla.
A ello se añaden las distintas formas en las que podemos obtenerla, ya sea empaquetada o no, resumida o no, analizada o no, homologada o no, contrastada o no, real o imaginada, y así sucesivamente en todas las variantes que nos podamos imaginar y siempre con una característica común: estar a nuestro cotidiano alcance.
Esto nos lleva a tener que discriminar constantemente entre distintas informaciones y a tener que priorizar unas informaciones sobre otras y en definitiva a tener que atender a determinadas informaciones en detrimento de otras.
Ello lo hacemos sabiendo que el no acceder a algunas informaciones nos puede provocar consecuencias negativas, bien por la falta de aprovechamiento de determinado conocimiento que nos pudiera ser de utilidad y que estamos desaprovechando o bien por la inatención a determinadas señales en el ámbito de las relaciones sociales lo que nos puede crear descrédito y pérdida de valor en la relación social con nuestro entorno.
Esta situación, en ocasiones nos genera malestar emocional, una sensación de que en todo momento nos estamos perdiendo algo, es un nuevo tipo de estrés consecuencia de sabernos incapaces de abarcar la información disponible, que podemos llamar “estrés informativo”.
Otra consecuencia de la hiperabundancia informativa es que prácticamente ya nunca tenemos tiempo de no hacer nada, me refiero a aburrirnos, a esos momentos que en algún tiempo tuvimos en los que la mente descansaba.
Estos dos fenómenos, “estrés informativo” y falta de descanso mental (vulgarmente aburrirse) son cuestiones que afectan a nuestro equilibrio emocional y a las que debemos atender en aras a no añadir condicionantes negativos en nuestro diario desarrollo que atentan contra nuestro bienestar.
Está claro que la avalancha informativa no va a cesar y hasta que la evolución biológica nos prepare para atender tanta información pasarán aún muchos años, décadas o incluso siglos.
Por ello debemos trabajar en soluciones desde el ámbito de la psicología y de la sociología.
En materia económica el progreso nos ha conducido a un callejón sin salida en el que el consumo de bienes y servicios se ha convertido en una trampa que nos obliga a un incesante consumo para mantener el sistema.
Abogo porque no nos dejemos atrapar también por la avalancha de información.
Nuestro organismo está preparado geneticamente para responder a los estímulos externos, a la información, y de ahí que el propio organismo, en automático se desequilibra cuando desatendemos información que tenemos tan al alcance de la mano.
Desde la psicología se puede trabajar en el mundo de las percepciones emocionales, de las actitudes y de las conductas (individual, social y cultural ).
Lo primero que tenemos que hacer es reconocer como una entidad propia la hiper información y reconocer que dicha entidad representa un reto que tenemos que abordar.
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