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Plentzia es uno de esos lugares del País Vasco que conquista sin hacer ruido. Situado en la costa de Bizkaia, este pequeño pueblo marinero combina tradición, naturaleza y buena comida en cada rincón. Si estás pensando en hacer una escapada, aquí tienes una guía con todo lo que no deberías perderte.
Nada mejor para empezar la visita que recorrer su puerto y su paseo marítimo. Plentzia nació como villa pesquera, y aunque hoy en día las barcas de pesca se mezclan con embarcaciones de recreo, el ambiente sigue siendo el mismo. El paseo junto a la ría es perfecto para caminar sin prisa, observar el vaivén del agua y disfrutar del paisaje verde que rodea el pueblo.
Al final del recorrido se encuentra el puente que une Plentzia con Gorliz, otro de los puntos más fotografiados de la zona. Cruzarlo al atardecer, cuando el sol tiñe el cielo de tonos rosados, es una de esas experiencias que se quedan grabadas.
Uno de los mayores atractivos del municipio es su playa. La bahía de Plentzia está protegida por su forma cerrada, lo que hace que el oleaje sea suave y las aguas muy seguras, incluso para niños. Es un lugar ideal para familias o para quienes buscan darse un baño tranquilo en verano.
Si prefieres moverte un poco más, puedes caminar hacia la playa vecina de Gorliz, a la que se llega fácilmente bordeando la ría. Ambas forman un conjunto espectacular, con dunas, senderos y vistas que invitan a pasar el día entero.
El casco antiguo de Plentzia conserva el trazado medieval y muchos edificios con historia. Pasear por sus calles empedradas es como viajar en el tiempo. En ellas aparecen casas coloridas con balcones de madera, pequeñas tiendas, bares con encanto y la iglesia de Santa María Magdalena, del siglo XVI, con su torre campanario visible desde casi cualquier punto del pueblo.
También merece la pena acercarse al antiguo ayuntamiento, un edificio emblemático con soportales, y al Museo Plasentia de Butrón, donde se puede conocer la historia marinera y comercial de la villa, que antaño fue un importante puerto de comercio y construcción naval.
La ría es uno de los grandes protagonistas del paisaje. Además de ofrecer unas vistas preciosas, es el escenario perfecto para actividades acuáticas. Los fines de semana verás a gente practicando paddle surf, kayak o remo, especialmente cuando la marea está tranquila.
Si prefieres algo más relajado, puedes recorrer el paseo de la ría en bicicleta o a pie. El camino que la bordea conecta Plentzia con Gorliz y sigue hasta la zona del faro de Gorliz, un mirador impresionante sobre el Cantábrico.
Aunque técnicamente pertenece al municipio vecino, el faro de Gorliz está tan cerca que se convierte en una visita obligada desde Plentzia. Se puede llegar caminando desde la playa en unos 40 minutos por un sendero que serpentea entre prados y acantilados.
El faro se alza sobre el cabo Billano, uno de los puntos más espectaculares de la costa vizcaína. Desde allí se divisan las islas de Billano y, si el día está despejado, incluso la silueta del monte Serantes y el puerto de Bilbao. Es un lugar perfecto para desconectar, respirar aire puro y contemplar el mar en estado salvaje.

Hablar de Plentzia sin mencionar su gastronomía sería imposible. En sus bares y restaurantes se respira la esencia del mar. Los pintxos son los grandes protagonistas, y la mayoría de locales del casco viejo los preparan con mimo y productos de temporada.
No puedes irte sin probar una gilda (la clásica banderilla con aceituna, anchoa y guindilla), un pintxo de bacalao al pil-pil o una ración de chipirones en su tinta. Y, por supuesto, acompañarlo con un buen txakoli, el vino blanco joven típico de la zona, con ese toque fresco y ligeramente ácido que marida tan bien con los sabores del mar.
Si prefieres sentarte a comer en un restaurante, encontrarás varias opciones con vistas al puerto o junto a la ría. Los menús suelen incluir pescados frescos a la parrilla, marmitako o merluza a la koskera, recetas tradicionales que reflejan la identidad marinera del pueblo.
Para los más golosos, también hay lugar para el dulce. En las panaderías locales suelen vender pasteles de arroz y bollos de mantequilla, dos clásicos vascos que nunca fallan con un café después de comer.
Una de las cosas que más enamora de Plentzia es su ritmo pausado. No hay prisa. Los días transcurren entre paseos, chapuzones, buena comida y conversaciones en terrazas frente al mar. Es un lugar ideal para desconectar del ruido de la ciudad y conectar con lo auténtico.
Durante el verano, las calles se llenan de ambiente con fiestas y conciertos, pero sin perder ese aire familiar que caracteriza a los pueblos pequeños. En invierno, en cambio, Plentzia ofrece una versión más serena y acogedora, perfecta para quienes buscan naturaleza y calma.
Antes de marcharte, dedica un rato a simplemente mirar. Siéntate en uno de los bancos junto a la ría y observa cómo el agua cambia de color con la luz del día. Escucha a las gaviotas, el murmullo del viento y las conversaciones en euskera que llenan el aire.
Es en esos pequeños momentos cuando uno entiende el encanto de Plentzia: no es solo lo que ves, sino lo que sientes. Un lugar donde el mar y la tierra se dan la mano, donde el tiempo parece detenerse, y donde cada visita deja ganas de volver.
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